viernes, 6 de junio de 2008

Nueva situación literaria

Después del fragmento de Brooklyn Follies que llevamos a clase, revisamos nuestras opciones literarias y elegimos nuevamente, esta vez dos escenas del libro Matilda, de Roald Dahl; que nos parece que manejan la tensión y mantienen atento al lector, cosa que la situación en el libro de Paul Auster no hace.

UNO

Cuando el señor Wormwood regresó esa tarde del garaje, su rostro era tan tenebroso como una nube de tormenta y alguien iba a sufrir pronto el primer embate. Su mujer notó inmediatamente los síntomas y se esfumó. Matilda estaba acurrucada en un sillón, en un rincón, totalmente absorta en un libro. El señor Wormwood conectó la televisión. La pantalla se iluminó y el programa comenzó a atronar la habitación. El señor Wormwood miró a Matilda. Ésta no se había movido. Estaba entrenada para cerrar los oídos al espantoso sonido de la temible caja. Siguió leyendo y eso, por algún motivo, enfureció a su padre. Puede que su enfado aumentara al ver que ella disfrutaba con algo que no estaba a su alcance.

-¿No dejas nunca de leer?- preguntó bruscamente.

-¡Ah, hola papá!- dijo agradablemente- ¿Has tenido un buen día?

-¿Qué es esta basura?- preguntó arrancándole el libro de las manos.

-No es basura, papá es precioso. Se titula El pony rojo y es de un escritor americano llamado John Steinbeck. ¿Por qué no lo lees? Te encantaría.

-¡Porquerías!-dijo el señor Wormwood.-Si lo ha escrito un americano tiene que ser una porquería. De eso es lo que escriben todos ellos.

-No papi, de verdad que es precioso. Trata de...

-No quiero saber de qué trata- rugió el señor Wormwood- Estoy harto de tus lecturas. Busca algo útil que hacer- con terrorífica brusquedad comenzó a arrancar a puñados las páginas del libro y arrojarlas a la papelera.

Matilda se quedó horrorizada. Su padre prosiguió. No había duda de que el hombre sentía cierto tipo de celos. ¿Cómo se atrevía ella –parecía decir con cada página que arrancaba-, cómo se atrevía a disfrutar leyendo libros cuando él no podía? ¿Cómo se atrevía?

-¡Es un libro de la biblioteca!– exclamó Matilda -¡No es mío! ¡Tengo que devolvérselo a la señora Phelps!

-Tendrás que comprar otro entonces, ¿no?– dijo el padre, sin dejar de arrancar páginas- Tendrás que ahorrar de tu paga hasta que reúnas el dinero preciso para comprar uno nuevo a tu preciosa señora Phelps, ¿no?- al decir esto, arrojó a la papelera las pastas, ahora vacías, del libro y salió de la habitación dejando puesta la televisión.


DOS


En ese momento sucedió una cosa extraña. El patio de recreo, hasta entonces lleno con los gritos y las voces de los niños que jugaban, se quedó de repente en silencio.

-¡Mirad!- susurró Hortensia.

Matilda y Lavender miraron a su alrededor y vieron la gigantesca figura de la señorita Trunchbull caminando por entre los grupos de chicos y chicas con zancadas amenazadoras. Los pequeños se apartaban apresuradamente para dejarla pasar, y su marcha por el asfalto era como la de Moisés por el mar Rojo cuando se separaron las aguas. Resultaba impresionante, con el guardapolvo ceñido a la cintura y sus pantalones de montar verdes. Más debajo de las rodillas, los músculos de sus pantorrillas destacaban bajo las medias como si fueran pomelos.

-¡Amanda Thripp!- gritó -¡Ven aquí, Amanda Thripp!

-¡Preparaos!- susurró Hortensia.

-¿Qué va a pasar?- susurró a su vez Lavender.

-Esa idiota de Amanda- dijo Hortensia –se ha dejado crecer demasiado el pelo durante las vacaciones y su madre le ha hecho unas coletas. Es una estupidez.

-¿Por qué es una estupidez?- preguntó Matilda.

-Si algo no soporta la Trunchbull son las coletas- dijo Hortensia.

Matilda y Lavender vieron cómo avanzaba la giganta de pantalones verdes hacia una niña de unos diez años que tenía dos coletas rubias que le caían por la espalda. Cada coleta llevaba anudado en su extremo un lazo de raso azul y el conjunto resultaba muy bonito. Amanda Thripp, la chica de las coletas, permanecía quieta, observando la mole que se aproximaba a ella, y la expresión de su rostro era la que tendría una persona atrapada en un cercado pequeño con un toro furioso a punto de embestirla. La chica estaba clavada al suelo aterrorizada, con los ojos asustados, temblando, segura de que había llegado para ella el día del Juicio Final.

La señorita Trunchbull llegó junto a ella y se plantó con gesto dominante frente a la niña.

-¡Quiero que te quites esas sucias coletas antes de venir mañana a esta escuela!- vociferó -¡Córtatelas y tíralas al cubo de basura! ¿Entendido?

Amanda, paralizada por el terror, tartamudeó:

-A mi ma... ma... madre le gustan. Me las ha... hace todas las mañanas.

-¡Tu madre es una imbécil!- bramó la Trunchbull. Extendió un dedo del tamaño de un salchichón hacia la cabeza de la niña y gritó-:¡Pareces una rata con la cola en la cabeza!

-Mi... madre cree que me... me van bien, se... señorita Trunchbull- tartamudeó Amanda, temblando como una hoja.

-¡Me importa un bledo lo que crea tu madre!- gritó la Trunchbull quien, diciendo esto, se adelantó y agarró las coletas de Amanda con la mano derecha y levantó a la niña del suelo. Luego, comenzó a hacerla girar alrededor de su cabeza, cada vez más rápido y Amanda puso el grito en el cielo, mientras la Trunchbull gritaba-: ¡Ya te daré yo coletas, rata!

-Recuerdos de las Olimpíadas- murmuró Hortensia –ahora está tomando impulso, igual que con el martillo. Te apuesto diez a uno a que la va a lanzar.

La Trunchbull estaba inclinada hacia atrás, para compensar el peso de la chica giratoria y, apoyada expertamente en los pies, seguía dando vueltas sobre si. A poco, Amanda Thripp iba a tanta velocidad que se convirtió en una mancha y, de repente, con un poderoso gruñido, la Trunchbull soltó las coletas y Amanda salió disparada como un cohete hacia arriba, por encima de la cerca metálica del patio del recreo.

-¡Buen lanzamiento, señor! –gritó alguien al otro lado del patio, y Matilda, alucinada por toda aquella locura, vio descender a Amanda, que describió una larga y graciosa parábola, en el campo de deportes. Cayó sobre la hierba, rebotó tres veces y, finalmente, se detuvo. Luego, sorprendentemente, se incorporó. Parecía un poco aturdida, algo de lo que nadie podía echarle la culpa y, tras cosa de un minuto o así, se puso en pie y regresó vacilante al patio de recreo.

La Trunchbull seguía en el patio, frotándose las manos.

-No está mal –dijo-, teniendo en cuenta que no estoy bien entrenada. Nada mal.

Luego, se marchó.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bien, llevenlo impreso que el lunes lo vemos. Llevo el video de la conferencia que dio Paul Auster en Malba sobre objetos en el cine.

También el guión de Lulu on the Bridge, hay que conseguir la película, o tiro la ruleta You tube. Seguro está, no?.

E.-