viernes, 27 de junio de 2008

Respirá

lunes, 23 de junio de 2008

Diálogos - Escena 1

E1 – INT - LIVING COMEDOR – DÍA
Suena el teléfono, AYELEN aparece en la habitación y atiende.

AYELEN
¿Hola?

ABUELO SALOMÓN (*) (en off)
(Gritando)
¡Hola! ¡Cómo estás mi niña! ¿Sabés quién habla?

AYELEN aleja el tubo del teléfono de su oreja. La voz del ABUELO SALOMÓN se escucha a muy alto volumen.

AYELEN
Hola abu. Todo bien.

ABUELO SALOMON (en off)
¡Te habla tu abuelo, el más lindo del mundo!

AYELEN
(se ríe)
Sí abu, ya sé. Te reconocí enseguida. ¿Tenés puestos los audífonos?

ABUELO SALOMÓN (en off)
No, sabés que el aparato ese lo dejé a arreglar. Resulta que el sisstema no funciona de nuevo, parece que hace interferencia con otro sisstema de la radio o el teléfono chiquito, que no tengo más plata para llamar porque me llegan mensajes del ocho ocho ocho, que me pide que me inscriba a no sé qué sisstema que te regalan un coche, ¿vos sabés cómo es eso nena?

AYELEN
¿Eh?

ABUELO SALOMÓN (en off)
No importa. ¿Vos cómo estás? Contame algo lindo.

AYELEN
Ehm… acá ando, haciendo un trabajo para la facultad… ¿Vos?

ABUELO SALOMÓN (en off)
¿No tenés nada lindo para contarme?

AYELEN
Eh… no sé, me saqué un ocho en el parcial de Guión.

ABUELO SALOMÓN (en off)
¡Vamos todavía, ésa es mi nieta!

AYELEN
Vos contame algo lindo.

ABUELO SALOMÓN (en off)
¿Algo lindo? ¡Yo soy lindo! Sabés que ando medio medio, Susana hizo lasaña y yo comí como un sabañón, tres platos me comí y ahora quedé para chiflar monos, me duele el estómago y estoy un poco tirado.

AYELEN
Abu, cuidate con la comida… no seas tonto. Me preocupa.

ABUELO SALOMÓN (en off)
Nena, vos no te tenés que preocupar por nada.

AYELEN
Pero, ¿y tu salud?

ABUELO SALOMÓN (en off)
Nena, yo no me preocupo. No me voy a morir nunca, porque sabés que hice un pacto con Adonai, y me dijo que voy a vivir para siempre, porque cuando yo estaba en la repartición tenía un compañero que me decía Ruso, todos me decían Ruso; y cuando me tocó hacerle la custodia al General…

AYELEN
Pará, ya sé todas tus historias de la policía, ¿cómo es eso del pacto?

ABUELO SALOMÓN (en off)
Eso, que no me voy a morir nunca, lo tengo acá anotado en un papel, porque yo guardo todo, cuando vengas a casa te lo voy a mostrar. Así que yo no me preocupo, como de todo, si la comida es lo mejor que hay, también como cerdo kosher, yo cumplo con la religión pero no voy a dejar de comer lechón que me encanta. Oíme, no te preocupes, porque yo voy a estar siempre. Quedate tranquila, que yo no me voy a morir nunca.

AYELEN
¿Vas a estar siempre siempre, toda mi vida?

ABUELO SALOMÓN (en off)
Sí mi amor. Voy a ir a tu casamiento, y voy a jugar con tus hijos y tus nietos, con todos. Y vamos a hacer un viaje a Norteamérica para ver a los parientes, también. Y vos me vas a ayudar con el inglés, que ya estoy practicando, así me puedo comunicar con ellos. Y te voy a seguir regalando radios que sólo agarran fútbol y tango, y triciclos y todo lo que me señales, yo te lo doy, como cuando tenías cuatro años y te llevamos al Alto Palermo y te compramos un globo de gas, y vos lo tenías en la mano, y te dijimos “¡no lo sueltes!” y vos lo soltaste y dijiste “¡se vola, se vola!” ¿te acordás? “¡se vola!”, decías.

AYELEN
Gracias, abu.

ABUELO SALOMÓN (en off)
¿Está tu mamá por ahí?

AYELEN
No está, ¿querés que le diga que te llame?

ABUELO SALOMÓN (en off)
No, está bien. ¿Sabés si juega Lanús hoy, en qué canal lo dan?

AYELEN
Ni idea abu.

ABUELO SALOMÓN (en off)
Bueno. Después llamo. Un beso para todos.

AYELEN
Un beso grande.

AYELEN corta el teléfono y sale de la habitación.

(*) familiar por línea materna

auxilio!

edité el video de lucía en la depiladora, a duras penas.
odio el montaje que quedó. necesito ayuda!
me gustan las imágenes, pero perdí el criterio de cómo montarlas para que digan lo que queremos que digan
son las 4 am y ya no tengo idea de cómo seguir.

apuntes sobre La ley del Deseo

es mi debut con el señor Almodóvar

me gustan los títulos.
el Almodóvar que conocemos es Pedro. su hermano, el productor, se llama Agustín (de lo que hablábamos hoy con Mar)
no me mires. estás solo, recuérdalo. ¿rodaje? piensa que soy yo a quien besas ¿doblaje? yo n
o estoy aquí, sino a tu lado. ¿doblaje para porno?
la presentación más noventas del mundo.
las voces están dobladas- la gran mayoría, y se nota.

me cuesta mucho entender el acento español. susurran demasiado, o será que los argentinos hablamos a los gritos.
qué lindo que la gente se quiera. ¿te molesta si no follamos? gracias, digo yo del otro lado de la pantalla
Juan --> se fue y Pablo (Quintero) --> se quedó en Madrid
parece la casa de un yonqui. ¿qué es un yonqui? un deportista. ¿no has oído hablar del yonqui sobre hielo?
el plano desde dentro de la máquina de escribir.
las teclas siguen el ritmo de la música.
el personaje de Banderas, se llama Antonio. y está demasiado joven
Almodóvar juega a ser Hitchcock!
Tina+Ada. Tina es transexual
el doblaje es notorio, por ejemplo en la escena de Tina bajo el chorro de agua en la calle
escuchar dentro de una caracola!
Pablo y Juan se miran por teléfono, Pablo y Antonio no.
el faro de Trafalgar
de repente esto es un policial?
la camisa sana de Pablo es una coartada perfecta. no deberíamos preocuparnos
el prota tiene amnesia total. --> NOVELÓN de las 3 de la tarde
Tina, el padre... están como unas cabras
lo dudo que halles un amor más puro que el que tienes en mí
y la explosión del volquete? y el fuego del altar? no es un poco mucho?
Pablo sostiene el cuerpo de Antonio en brazos, me hace acordar a La Piedad

Un frame, dos frames, tres frames



finalmente:

de la mujer según El Segundo Sexo, de Simone de Beauvoir

Es un tremendo choclazo, pero nos parece interesante lo que dice... vale la pena leer los fragmentos.

(...) (El hombre) Quiere aún más: que la bien amada sea bella. El ideal de la belleza femenina es variable; pero ciertas exigencias permanecen constantes; entre otras, y puesto que la mujer es destinada a ser poseída, es preciso que su cuerpo ofrezca las cualidades inertes y pasivas de un objeto. La belleza viril es la adaptación del cuerpo a funciones activas, es la fuerza, la agilidad; es la manifestación de una trascendencia animadora de una carne que jamás debe recaer sobre sí misma. El ideal femenino no es simétrico más que en sociedades tales como Esparta, la Italia fascista y la Alemania nazi, que destinaba a la mujer al Estado y no al individuo, que la consideraban exclusivamente como madre y no dejaban esquicio al erotismo. Pero, cuando la mujer es entregada al hombre como su bien, lo que éste reclama es que en ella la carne esté presente en su pura artificiosidad. Su cuerpo no es tomado como la irradiación de una subjetividad, sino como algo cebado en su inmanencia; no es preciso que ese cuerpo desplace al resto del mundo, no debe ser promesa de otra cosa fuera de sí mismo: necesita detener el deseo. La forma más ingenua de esa exigencia es el ideal hotentote de la Venus estreatopígica, ya que las nalgas constituyen la parte del cuerpo menos inervada, aquella en que la carne aparece como un elemento sin destino. El gusto de los orientales por las mujeres gruesas es de la misma especie: les encanta el lujo absurdo de esa proliferación adiposa que no anima ningún proyecto, que no tiene otro sentido que el de estar ahí. Incluso en las civilizaciones de una sensibilidad más sutil, en que intervienen nociones de forma y armonía, los senos y las nalgas siguen siendo objetos privilegiados a causa de lo gratuito y contingente de su desarrollo. Las costumbres y las modas se han aplicado a menudo a separar el cuerpo femenino de su trascendencia: la china de pies vendados apenas puede caminar; las uñas pintadas de la estrella de Hollywood la privan de sus manos; los tacones altos, los corsés, los miriñaques, los verdugados, las crinolinas, estaban destinados menos a acentuar el talle del cuerpo femenino que a aumentar su impotencia. Entorpecido por la grasa o, por el contrario, tan diáfano que todo esfuerzo le está prohibido, paralizado por incómodos ropajes y por los ritos del decoro, es entonces cuando se le presenta al hombre como su cosa. El maquillaje y las joyas sirven también para esa petrificación del cuerpo y del rostro. La función del ornato es muy compleja; entre ciertos primitivos, tiene un carácter sagrado; pero su papel más habitual consiste en terminar la metamorfosis de la mujer en ídolo. (...)

(...) El papel del ornato consiste, a la vez, en hacerla participar más íntimamente de la Naturaleza y en arrancarla a la misma; consiste en prestar a la vida palpitante la fosilizada necesidad del artificio. La mujer se hace planta, pantera, diamante, nácar; al mezclar con su cuerpo flores, pedrerías, conchas, plumas; se perfuma para exhalar un aroma como la rosa y el lirio: pero plumas, sedas, perlas y perfumes sirven también para disimular la crudeza animal de su carne, de su olor. Se pinta la boca y las mejillas para darles la inmóvil solidez de una máscara; aprisiona su mirada en el espesor del khôl y de la máscara, ya sólo es ornato tornasolado de sus ojos; trenzados, rizados, esculpidos, sus cabellos pierden su inquietante misterio vegetal. En la mujer adornada está presente la Naturaleza, pero cautiva, modelada por una voluntad humana según el deseo del hombre. Una mujer es tanto más deseable cuanto más se ha expandido en ella la Naturaleza y más rigurosamente se ha esclavizado: es la mujer "sofisticada", que siempre ha sido el objeto erótico ideal. (...) Remy de Gourmont desea que la mujer lleve los cabellos flotantes, libres como los arroyos y las hierbas de las praderas; pero es en la cabellera de una Verónica Lake donde se pueden acariciar las ondulaciones del agua y las espigas, y no en una pelambrera hirsuta genuinamente abandonada a la Naturaleza. (...)

(...)PPero en todo caso, cuanto más concertados parecen los rasgos y las proporciones de una mujer, más regocija el corazón del hombre, porque parece escapar a los avatares de las cosas naturales. Se desemboca así en la extraña paradoja de que, deseando asir en la mujer a la Naturaleza, aunque transfigurada, el hombre consagra a la mujer al artificio. Ya no es ella solamente physis, sino también y en la misma medida antiphysis; y eso no únicamente en la civilización de las permanentes eléctricas, de la depilación con cera, etc., sino también en el país de las negras de platillos en la boca, en China y en todos los lugares del planeta.(...) el hombre quiere, al mismo tiempo, que la mujer sea bestia y planta y que se oculte detrás de una armazón fabricada; la ama cuando surge de las ondas y cuando sale de una casa de modas, vestida y desnuda, desnuda debajo de sus vestidos, tal y como precisamente se la encuentra en el universo humano.(...)

(...) Es seguro que la ausencia de pene representará en el destino de la niña un papel importante, aunque no desee seriamente su posesión. El gran privilegio que el muchacho extrae del pene consiste en que, dotado de un órgano que se deja ver y coger, puede al menos alienarse parcialmente en él. Proyecta fuera de sí el misterio de su cuerpo, de sus amenazas, lo cual le permite mantenerlos a distancia; ciertamente, se siente en peligro con su pene, cuya castración teme, pero es un temor más fácil de dominar que el temor difuso experimentado por la niña con respecto a sus "interiores", temor que a menudo se perpetúa durante toda su vida de mujer. Siente una extremada preocupación por todo cuanto sucede dentro de ella; desde el principio, se siente mucho más opaca a sus propios ojos y más profundamente investida del turbio misterio de la vida que el varón. Por el hecho de que posee un alter ego en el cual se reconoce, el niño puede osadamente asumir su subjetividad; el objeto mismo en el cual se aliena se convierte en el símbolo de autonomía, de trascendencia, de poder: mide la longitud de su pene, compara con sus camaradas la del chorro urinario; más tarde, la erección, la eyaculación, serán fuentes de satisfacción y desafío. La niña, en cambio, no puede encarnarse en ninguna parte de ella misma. En compensación, le ponen entre las manos, con el fin de que desempeñe junto a ella el papel de alter ego, un objeto extraño: una muñeca. Es preciso notar que también se llama poupée ("muñeca") a ese vendaje con que se envuelve un dedo herido: un dedo entrapado, separado, es mirado con regocijo y con una especie de orgullo, y el niño esboza con respecto al mismo el proceso de alienación. Pero una figurilla con rostro humano, o en su defecto una mazorca o un palo, reemplazará de la manera más satisfactoria a ese doble, a ese juguete natural que es el pene.

La gran diferencia consiste en que, por un lado, la muñeca representa el cuerpo en su totalidad y, por otro lado, es una cosa pasiva. En su virtud, la niña se sentirá animada a alienarse en su persona toda entera y a considerar a ésta como un dato inerte. Mientras el niño se busca en el pene en tanto que sujeto autónomo, la niña mima a su muñeca y la adorna como sueña que la adornen y la mimen a ella; inversamente, se ve a sí misma como una maravillosa muñeca (la analogía entre la mujer y la muñeca se mantiene en la edad adulta; en francés, se llama vulgarmente muñeca a una mujer; en inglés, de una mujer emperifollada se dice que está dolled up). A través de cumplidos y regañinas, a través de imágenes y palabras, descubre el sentido de las palabras "bonita" y "fea"; sabe muy pronto que para agradar hay que ser "bonita como una muñeca", y procura parecerse a una muñeca, se disfraza, se mira en los espejos, se compara con las princesas y las hadas de los cuentos. Ejemplo notable de esta coquetería infantil nos lo procura Marie Bashkirtseff. No fue ciertamente un azar el que, tardíamente destetada a los tres años y medio, experimentase tan intensamente, hacia los cuatro o cinco años de edad, la necesidad de hacerse admirar, de existir para otro: el choque debió de ser violento en una niña más madura y debió de buscar con más pasión sobreponerse a la separación inflingida: "A los cinco años -escribe en su diario-, me vestía con encajes de mamá, me ponía flores en el pelo y me iba a bailar al salón. Yo era la gran bailarina Petipa y toda la casa estaba allí, mirándome..." (...)

(...) Así, pues, la pasividad que caracteriza esencialmente a la mujer "femenina" es un rasgo que se desarrolla en ella desde los primeros años. Pero es falso pretender que se trata de una circunstancia biológica; en realidad, se trata de un destino que le ha sido impuesto por sus educadores y por la sociedad. La inmensa suerte del niño consiste en que su manera de existir para otro lo anima a plantearse para sí mismo. (...) Por el contrario, en la mujer hay un conflicto, al principio, entre su existencia autónoma y su "ser-otro"; se le enseña que, para agradar, hay que tratar de agradar, hay que hacerse objeto, y, por consiguiente, tiene que renunciar a su autonomía. Se la trata como a una muñeca viviente y se le rehúsa la libertad, así se forma un círculo vicioso: porque, cuanto menos ejerza su libertad para comprender, captar y descubrir el mundo que la rodea, menos recursos hallará en sí misma, menos se atreverá a afirmarse como sujeto (...)

(...) Y hasta una madre generosa, que busca sinceramente el bien de su hija, pensará por lo común que es más prudente hacer de ella una "verdadera mujer", puesto que así la acogerá más fácilmente la sociedad. Por consiguiente, le dan por amigas a otras niñas, la confían a profesoras, vive entre matronas como en los tiempos del gineceo, se le eligen los libros y los juegos que la inician en su destino, le vierten en el oído los tesoros de la prudencia femenina, le proponen virtudes femeninas, le enseñan a cocinar, a coser y a cuidar de la casa, al mismo tiempo que la higiene personal, el encanto y el pudor; la visten con ropas incómodas y preciosas, que es preciso cuidar mucho; la peinan de una manera complicada; le proponen normas de compostura: "Mantente erguida, no andes como un pato..." Para ser graciosa, deberá reprimir sus movimientos espontáneos; se le pide que no adopte aires de chico frustrado, se le prohíben los ejercicios violentos, se le prohíbe pelearse; en una palabra, la comprometen a convertirse, como sus mayores, en una sirviente y un ídolo. (...)

(...) Vinca se araña con las zarzas, pesca camarones, trepa a los árboles, pero se estremece cuando su camarada Phil le toca la mano; conoce la turbación en que el cuerpo se hace carne y que constituye la primera revelación de la mujer como tal; turbada, empieza a quererse bonita: unas veces se peina, se maquilla, se viste con vaporosa tela de organdí, se divierte mostrándose coqueta y seduciendo; pero, como también quiere existir para sí misma y no solamente para otros, tiene momentos en que se pone viejos vestidos sin gracia alguna y pantalones mal cortados; hay toda una parte de sí misma que censura la coquetería y la considera como una dimisión: por tanto, se mancha adrede los dedos de tinta, se muestra despeinada, desaseada. Esas rebeliones le comunican una torpeza que ella percibe con despecho: se irrita por ello, enrojece, redobla su torpeza y se horroriza de esas abortadas tentativas de seducción. En esa fase, la jovencita ya no quiere seguir siendo niña, pero tampoco acepta convertirse en adulta; se reprocha sucesivamente su puerilidad y su resignación de hembra. (...)

(...) Es difícil jugar a los ídolos, las hadas, las princesas altivas, cuando se siente entre las piernas el contacto de un paño ensangrentado, y, más generalmente, cuando se conoce la miseria original de ser cuerpo. El pudor, que es la espontánea negativa a dejarse captar como carne, raya en hipocresía. Pero, sobre todo, la mentira a la cual se condena la adolescente consiste en que necesita fingir que es objeto, y objeto prestigioso, cuando ella se experimenta como una existencia incierta, dispersa y conoce sus propias taras. Maquillajes, falsos rizos, sujetadores con relleno son otras tantas mentiras; la cara misma se hace máscara: se suscitan en ella con maña expresiones espontáneas, se imita una pasividad maravillada, nada más asombroso que descubrir de pronto en el ejercicio de su función femenina una fisonomía de la cual se conoce el aspecto familiar; su trascendencia se reniega e imita la inmanencia; la mirada ya no capta, refleja; el cuerpo deja de vivir: espera; todos los gestos y todas las sonrisas se hacen llamada; desarmada, disponible, la joven no es sino una flor ofrecida, una fruta pronta para ser cogida.(...)

(...) Se ve que todos los defectos que se le reprochan a la adolescente no hacen sino expresar su situación. Es una condición muy penosa la de saberse pasiva y dependiente a la edad de la esperanza y de la ambición, a la edad en que se exalta la voluntad de vivir y de ocupar un lugar en la Tierra; y es en esa edad conquistadora cuando la mujer aprende que no le está permitida ninguna conquista, que debe renegar de sí misma, que su porvenir depende del capricho de los hombres. Tanto en el plano social como en el sexual, se despiertan en ella nuevas aspiraciones sólo para verse condenadas a permanecer insatisfechas; todos sus impulsos de orden vital o espiritual se ven inmediatamente obstaculizados. Se comprende que le cueste trabajo restablecer su equilibrio. Su humor inestable, sus lágrimas, sus crisis nerviosas son menos consecuencia de una fragilidad fisiológica que signo de una profunda inadaptación. (...)

viernes, 6 de junio de 2008

Situación en una película



Cashback, Sean Ellis

Nueva situación literaria

Después del fragmento de Brooklyn Follies que llevamos a clase, revisamos nuestras opciones literarias y elegimos nuevamente, esta vez dos escenas del libro Matilda, de Roald Dahl; que nos parece que manejan la tensión y mantienen atento al lector, cosa que la situación en el libro de Paul Auster no hace.

UNO

Cuando el señor Wormwood regresó esa tarde del garaje, su rostro era tan tenebroso como una nube de tormenta y alguien iba a sufrir pronto el primer embate. Su mujer notó inmediatamente los síntomas y se esfumó. Matilda estaba acurrucada en un sillón, en un rincón, totalmente absorta en un libro. El señor Wormwood conectó la televisión. La pantalla se iluminó y el programa comenzó a atronar la habitación. El señor Wormwood miró a Matilda. Ésta no se había movido. Estaba entrenada para cerrar los oídos al espantoso sonido de la temible caja. Siguió leyendo y eso, por algún motivo, enfureció a su padre. Puede que su enfado aumentara al ver que ella disfrutaba con algo que no estaba a su alcance.

-¿No dejas nunca de leer?- preguntó bruscamente.

-¡Ah, hola papá!- dijo agradablemente- ¿Has tenido un buen día?

-¿Qué es esta basura?- preguntó arrancándole el libro de las manos.

-No es basura, papá es precioso. Se titula El pony rojo y es de un escritor americano llamado John Steinbeck. ¿Por qué no lo lees? Te encantaría.

-¡Porquerías!-dijo el señor Wormwood.-Si lo ha escrito un americano tiene que ser una porquería. De eso es lo que escriben todos ellos.

-No papi, de verdad que es precioso. Trata de...

-No quiero saber de qué trata- rugió el señor Wormwood- Estoy harto de tus lecturas. Busca algo útil que hacer- con terrorífica brusquedad comenzó a arrancar a puñados las páginas del libro y arrojarlas a la papelera.

Matilda se quedó horrorizada. Su padre prosiguió. No había duda de que el hombre sentía cierto tipo de celos. ¿Cómo se atrevía ella –parecía decir con cada página que arrancaba-, cómo se atrevía a disfrutar leyendo libros cuando él no podía? ¿Cómo se atrevía?

-¡Es un libro de la biblioteca!– exclamó Matilda -¡No es mío! ¡Tengo que devolvérselo a la señora Phelps!

-Tendrás que comprar otro entonces, ¿no?– dijo el padre, sin dejar de arrancar páginas- Tendrás que ahorrar de tu paga hasta que reúnas el dinero preciso para comprar uno nuevo a tu preciosa señora Phelps, ¿no?- al decir esto, arrojó a la papelera las pastas, ahora vacías, del libro y salió de la habitación dejando puesta la televisión.


DOS


En ese momento sucedió una cosa extraña. El patio de recreo, hasta entonces lleno con los gritos y las voces de los niños que jugaban, se quedó de repente en silencio.

-¡Mirad!- susurró Hortensia.

Matilda y Lavender miraron a su alrededor y vieron la gigantesca figura de la señorita Trunchbull caminando por entre los grupos de chicos y chicas con zancadas amenazadoras. Los pequeños se apartaban apresuradamente para dejarla pasar, y su marcha por el asfalto era como la de Moisés por el mar Rojo cuando se separaron las aguas. Resultaba impresionante, con el guardapolvo ceñido a la cintura y sus pantalones de montar verdes. Más debajo de las rodillas, los músculos de sus pantorrillas destacaban bajo las medias como si fueran pomelos.

-¡Amanda Thripp!- gritó -¡Ven aquí, Amanda Thripp!

-¡Preparaos!- susurró Hortensia.

-¿Qué va a pasar?- susurró a su vez Lavender.

-Esa idiota de Amanda- dijo Hortensia –se ha dejado crecer demasiado el pelo durante las vacaciones y su madre le ha hecho unas coletas. Es una estupidez.

-¿Por qué es una estupidez?- preguntó Matilda.

-Si algo no soporta la Trunchbull son las coletas- dijo Hortensia.

Matilda y Lavender vieron cómo avanzaba la giganta de pantalones verdes hacia una niña de unos diez años que tenía dos coletas rubias que le caían por la espalda. Cada coleta llevaba anudado en su extremo un lazo de raso azul y el conjunto resultaba muy bonito. Amanda Thripp, la chica de las coletas, permanecía quieta, observando la mole que se aproximaba a ella, y la expresión de su rostro era la que tendría una persona atrapada en un cercado pequeño con un toro furioso a punto de embestirla. La chica estaba clavada al suelo aterrorizada, con los ojos asustados, temblando, segura de que había llegado para ella el día del Juicio Final.

La señorita Trunchbull llegó junto a ella y se plantó con gesto dominante frente a la niña.

-¡Quiero que te quites esas sucias coletas antes de venir mañana a esta escuela!- vociferó -¡Córtatelas y tíralas al cubo de basura! ¿Entendido?

Amanda, paralizada por el terror, tartamudeó:

-A mi ma... ma... madre le gustan. Me las ha... hace todas las mañanas.

-¡Tu madre es una imbécil!- bramó la Trunchbull. Extendió un dedo del tamaño de un salchichón hacia la cabeza de la niña y gritó-:¡Pareces una rata con la cola en la cabeza!

-Mi... madre cree que me... me van bien, se... señorita Trunchbull- tartamudeó Amanda, temblando como una hoja.

-¡Me importa un bledo lo que crea tu madre!- gritó la Trunchbull quien, diciendo esto, se adelantó y agarró las coletas de Amanda con la mano derecha y levantó a la niña del suelo. Luego, comenzó a hacerla girar alrededor de su cabeza, cada vez más rápido y Amanda puso el grito en el cielo, mientras la Trunchbull gritaba-: ¡Ya te daré yo coletas, rata!

-Recuerdos de las Olimpíadas- murmuró Hortensia –ahora está tomando impulso, igual que con el martillo. Te apuesto diez a uno a que la va a lanzar.

La Trunchbull estaba inclinada hacia atrás, para compensar el peso de la chica giratoria y, apoyada expertamente en los pies, seguía dando vueltas sobre si. A poco, Amanda Thripp iba a tanta velocidad que se convirtió en una mancha y, de repente, con un poderoso gruñido, la Trunchbull soltó las coletas y Amanda salió disparada como un cohete hacia arriba, por encima de la cerca metálica del patio del recreo.

-¡Buen lanzamiento, señor! –gritó alguien al otro lado del patio, y Matilda, alucinada por toda aquella locura, vio descender a Amanda, que describió una larga y graciosa parábola, en el campo de deportes. Cayó sobre la hierba, rebotó tres veces y, finalmente, se detuvo. Luego, sorprendentemente, se incorporó. Parecía un poco aturdida, algo de lo que nadie podía echarle la culpa y, tras cosa de un minuto o así, se puso en pie y regresó vacilante al patio de recreo.

La Trunchbull seguía en el patio, frotándose las manos.

-No está mal –dijo-, teniendo en cuenta que no estoy bien entrenada. Nada mal.

Luego, se marchó.

Situación en literatura

Brooklyn Follies, de Paul Auster

Se remontaba a la época en que Rachel iba al instituto y aún vivía en casa, y ocurrió en la fría tarde de un jueves, día de Acción de Gracias, cuando faltaba media hora para la llegada de unos doce invitados, prevista para las cuatro. No con poco dispendio, Edith y yo habíamos reformado el baño de la planta de arriba, y todo estaba reluciente: baldosines, armario, botiquín, lavabo, bañera y ducha, retrete, todo era nuevo. Yo me encontraba en el dormitorio, haciéndome el nudo de la corbata de pie frente al espejo; Edith estaba abajo, en la cocina, asando el pavo en el horno y cuidando de los detalles de última hora; y Rachel, con dieciséis o diecisiete años, que se había pasado la mañana y las primeras horas de la tarde redactando un trabajo para el laboratorio de física, estaba en el baño arreglándose a toda prisa antes de que llegaran los invitados. Acababa de ducharse en la ducha nueva y ahora estaba frente al retrete, con el pie derecho apoyado en el borde de la taza, afeitándose la pierna con una maquinita Schick que funcionaba con pilas. En un momento dado, la maquinita se le escurrió y cayó al agua. Metió la mano e intentó sacarla, pero el artilugio se había quedado atascado en el fondo y no podía sacarlo. Entonces abrió la puerta y gritó:

-¡Papá!- Aún me llamaba papá por entonces -necesito que me ayudes.

Y papá fue a ver. Lo más gracioso de la situación era que la maquinita seguía zumbando y vibrando dentro del agua. Era un ruido extrañamente insistente y molesto, un obstinado acompañamiento sonoro a lo que ya constituía una situación desconcertante y curiosa, quizá sin precedentes. Y, con aquel zumbido, además de inhabitual resultaba bastante cómica. Me reí al ver lo que pasaba y cuando Rachel comprendió que no me estaba riendo de ella, se echó a reír también. Si tuviera que elegir un instante, un solo recuerdo para guardar en la memoria entre todos los momentos que he pasado con ella desde hace veintinueve años, creo que sería ése.

Las manos de Rachel eran mucho más pequeñas que las mías. Si ella no era capaz de sacar la maquinilla, no cabía esperar que yo lo consiguiera, pero lo intenté por guardar las formas. Me quité la chaqueta, me remangué, me lancé la corbata por encima del hombro izquierdo y metí la mano. El vibrante instrumento estaba tan firmemente atascado, que sacarlo parecía completamente imposible.

Nos habría sido muy útil uno de esos largos alambres flexibles que utilizan los fontaneros, pero no teníamos ninguno, así que deshice una percha metálica y la introduje en el retrete. Aunque el alambre era fino, resultaba demasiado grueso para nuestro propósito y no nos sirvió para nada.

Entonces sonó el timbre de la puerta, creo recordar, y llegó el primero de los muchos parientes de Edith. Rache seguía en albornoz, de rodillas y sentada sobre los talones, observando mis vanos esfuerzos por sacar la máquina con el alambre, y como iba pasando el tiempo, le sugerí que sería mejor que se vistiera.

-Voy a desmontar la taza y volverla del revés-le dije-A lo mejor puedo sacar el aparatito tirando de él por el otro lado.

Rachel sonrió, me dio unas palmaditas en la espalda como si pensara que me había vuelto loco y se pudo de pie. Cuando salía del baño le dije:

-Di a tu madre que bajaré dentro de poco. Si pregunta lo que estoy haciendo, dile que no es asunto suyo. Y si vuelve a preguntarte, dile que estoy aquí arriba luchando por la paz mundial.

Había una caja de herramientas en el armario de la ropa blanca, al lado del dormitorio y una vez que corté la llave de paso del retrete, fui por unos alicates a destornillar la taza del suelo. No sé lo que pesaría aquello. Logré levantarlo un poco, pero era demasiada carga para que pudiera volverlo del revés con la seguridad de que no se me iba a caer, sobre todo en un espacio tan lleno de obstáculos. No tuve más remedio que sacarlo del baño, y como temía arañar el parqué si lo dejaba en el pasillo, decidí llevarlo abajo y dejarlo en el jardín, en la parte de atrás de la casa.

A cada paso que daba, el retrete parecía pesar un kilo más. (…)Afortunadamente uno de los hermanos de Edith acababa de entrar en casa, y cuando vio lo que estaba haciendo se acercó a echarme una mano.

-¿Qué estás haciendo, Nathan?-me preguntó.

-Llevo el retrete en brazos-contesté-vamos a sacarlo fuera y dejarlo en el jardín.

Ya habían llegado todos los invitados y hasta el último de ellos se quedó boquiabierto ante el extraño espectáculo de dos hombres con camisa blanca y corbata que transitaban por las habitaciones de una casa de un barrio residencial llevando a cuestas un retrete musical en el día de Acción de Gracias. Olía a pavo por todas partes. Edith servia bebidas. Había una música de fondo, una canción de Frank Sinatra (“My Way” si no recuerdo mal) (…)

Sacamos al elefante y lo pusimos del revés en el parduzco césped de otoño. No puedo recordar la cantidad de herramientas que saqué del garaje, pero ninguna sirvió. Ni el mango, ni el rastrillo, ni el destornillador, ni el martillo, ni el punzón: nada. Y en todo ese tiempo la maquinita eléctrica seguía zumbando, entonando su interminable aria de una sola nota. (…)

Unos cuantos invitados se congregaron en torno a nosotros en el jardín, pero tenían hambre y frío, y empezaban a aburrirse, y uno por uno fueron entrando todos en casa. Pero yo no, Nathan Glass, el obstinado, el que no se rinde, siguió allí. Cuando acabé comprendiendo que no quedaba esperanza alguna, cogí el mazo y reduje a pedacitos la taza del retrete. La indomable maquinita de afeitar cayó suavemente al suelo. La apagué, me la guardé en el bolsillo y al entrar a casa se la entregué a mi ruborizada hija. (…)

jueves, 5 de junio de 2008

Situaciones. Primeras ideas

Situación A - Atragantarse

Sentado en el living de su casa, a oscuras, únicamente iluminado por la pantalla del televisor, vemos a Damián, de alrededor de 25 años. Está mirando una película romántica (*), absolutamente compenetrado en la escena del clímax dramático. Mientras, come distraída y ansiosamente de un enorme bowl repleto de pochoclo, sin prestar atención a lo que come, se le caen migas en la ropa. Está completamente ensimismado con el encuentro de los personajes, inclinado hacia adelante, los ojos fijos en la pantalla, muy abiertos. Es el momento culmine, no puede contener el llanto. De repente, se atraganta con un pochoclo. Desesperado, intenta toser y no puede. Se toma la garganta con las manos, se empieza a poner rojo. Mira hacia el teléfono, pero está fuera de su alcance. El vaso de gaseosa está vacío. Mientras tanto, la película termina con una canción conmovedora.

(*) La película es “El guardaespaldas”, y la escena que Damián ve es la del reencuentro final, donde se escucha el tema “And I will always love you”, de Whitney Houston.

Situación B – Depilación

Estefanía tiene 12 años y está en un local de depilación esperando su turno para depilarse, porque tiene su primera fiesta importante: un bat mitzvá. Su mamá la dejó en el local y le dijo que la pasaría a buscar en una hora. Los boxes están ocupados, por lo que tiene que esperar en la entrada hasta que alguna depiladora se desocupe y la llame. Estefanía está muy nerviosa, no sabe qué hacer y observa el lugar, que está decorado con plantas de plástico. En un rincón hay un revistero con revistas Cosmopolitan de los años noventa, ajadas de tanto ser leídas. Hay una mujer esperando junto con ella, que le pregunta si está bien, Estefanía le cuenta que es la primera vez que se depila, y la mujer trata de tranquilizarla. A la vez, por sobre el estruendo del televisor a todo volumen, que transmite el programa “Cuestión de peso” (*), Estefanía escucha las frases que dicen las depiladoras mientras trabajan: “va a tirar", "¿dolió mucho?", "ya termina"; y el sonido de los tirones de la cera, junto con algunas expresiones (mínimas, reprimidas) de dolor de las clientas. Estefanía está aterrorizada. De repente se corre la cortina de uno de los boxes y sale una clienta, seguida por una depiladora, que la llama y le dice “¿Estefanía, era tu nombre? ¿Qué te vas a hacer?"

(*) Puede ser también una telenovela con doblaje de español neutro.